¨El cuervo no será faisán, aunque se bañe en el Eufrates¨
Cuando leemos las noticias sobre nuestro acontecer cotidiano, nos encontramos con informaciones que producen dolor en el alma y alteran la capacidad de raciocinio normal. Vivimos en un país en el cual las leyes son duras con los blandos y blandas con los duros. Pero acostumbrados a una justicia que rompe el principio de la igualdad ante la ley, se pregunta uno: ¿Cual es el castigo que merece y debe tener quien se encarga de reclutar, engañar, traficar y lucrarse con la venta de niños y adolescentes, para poder surtir el mercado de la prostitución infantil?Los criminales que utilizan niños, y los engañan injustificadamente de cualquier manera, porque no hay manera en que pueda ser justificada, para introducirlos en el sub-mundo de la prostitución infantil, merecen la muerte. Porque en este delito, infame y atroz, sale a flote lo peor que tiene el animal humano. Nuestros niños cuando son utilizados por los mercaderes de los placeres más bajos que tiene el Homo Ludens, ven derrumbada de un solo golpe de inconsciencia, la posibilidad de una vida que augure un futuro inocente y limpio. Por cuenta de estos mercaderes, se les corta de un solo tajo la inocencia. Son llevados contra su voluntad, al ejercicio de la depravación humana en su manifestación mas rastrera y baja.
Cuando nos enfrentamos a la realidad de una sociedad que se nos derrumba a diario, con el silencio sepulcral al que estamos acostumbrados, cuando tímidamente hablamos sobre estos acontecimientos que pasan, y que dejamos pasar sin conmovernos de manera profunda, entonces es necesario repensar los principios que estamos utilizando para cimentar la sociedad que estamos construyendo, con cimientos endebles y fácilmente derrumbables. Una sociedad en la que todavía es posible cometer este crimen, debe detenerse a reflexionar, sobre los valores que la rigen y las acciones que tiene establecidas, para edificar sociedad.
Una mujer y sus cómplices, que reclutaban menores, engañando a las pequeñas niñas y adolescentes, y que los vendía como mercancía, para surtir el mercado de la vergüenza y la ignominia humana, no merece castigo diferente a la muerte, y dejarlos para que lo coman los buitres. Porque permitir el desarrollo del mas cruel e inhumano negocio y vender las menores, para ejercer la prostitución en el extranjero y en el propio territorio nacional, debe tener un juicio diferente al del delincuente común. ¿Qué harían ella, y sus cómplices si los menores enviados al ejercicio de la prostitución, en el Japón, hubieran sido sus hijos? ¿Qué harían los desalmados clientes del placer, si este se obtuviera de sus familiares y de sus hijas?
Vemos en este crimen sin castigo, la más devastadora manifestación de la realidad en que vivimos, en la reedición de la nueva Sodoma. Una sociedad expuesta a los más infames crímenes, por cuenta de la lujuria de los nacionales y extranjeros, que para satisfacer sus más bajos instintos, destruyen la vida de un menor, indefenso e inocente, víctima de nuestra permisibilidad moral y ética y de nuestra falta de solidaridad y honor.
Nos estamos acostumbrando en el cotidiano, a todo lo peor que tiene la especie humana. Nadie se duele del crimen cuando no toca las puertas de su núcleo familiar o social. Es la indiferencia crónica, y la insolidaridad social, la que nos hace potenciales víctimas de este sub-mundo de mercaderes de horror, y de mercado de dolor y de tragedia. Es la deteriorada concepción de la moral y la permisibilidad a la que hemos llegado, la que nos hace tristemente tolerantes. Este deterioro, que no quisiéramos tener, pero tenemos, es el retrato pálido de una sociedad en decadencia, que reedita como normal todo aquello que destruye a diario el núcleo fundamental de la sociedad: la familia.
Tenemos la obligación histórica, de repensar el papel de la familia. Tenemos que detenernos en esta carrera loca que lleva a ninguna parte, para reflexionar sobre como afectan nuestras actitudes personales el crecimiento de nuestros hijos y que les estamos dejando de herencia moral, cuando los educamos con lo que hacemos, independiente de lo que decimos, incoherencia mental a la que no somos ajenos. Es en la anarquía de una sociedad epidérmica y superficial, donde levantamos los cimientos endebles de nuestros hijos, víctimas inocentes e indefensas de nuestra falta de principios y de límites. Construimos una sociedad que todo lo permite y lo tolera.
El mundo de hoy esta lleno de monstruos como Yeison Ceballos, Gerardo Valencia, Hernán García, Luis Eduardo Ortiz y Luis Giraldo. Florecen como maleza mujeres como la exportadora de niños al Japón. Vivimos el florecimiento de desvergonzados y de emergentes, que han creído píamente en la impunidad de sus desvaríos. Son personas como estás, las que con su falta de estructura personal, su falta de ética y de principios morales, construyen a diario una sociedad decadente y siembran tragedias en las vidas ajenas y en las suyas propias. La permisibilidad en nombre de una libertad deforme, que no tiene límites, en la consecución rápida de sus bajos propósitos personales, los convierten en raposas sociales.
Es necesario repensar nuestro día a día. Poner en la pira pública a quienes cometen crímenes contra los menores y la familia. Solo edificando una sociedad digna, es posible pensar en la distopía de una Colombia mejor, donde el valor de la familia como pilar de la sociedad sea recobrado, y el respeto y la defensa de los niños sea el mejor recurso de una Nación, y se defiendan a cualquier costo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario