La muerte acecha en la montaña. La selva virgen ha sido violada por la inconsciencia de una revolución sin norte. La violencia que se ejecuta en nombre de las reivindicaciones del pueblo, nunca nos ha ayudado y pone al pueblo más lejos de las reivindicaciones que bien merece. La Patria se nos escurre entre los dedos sin tener dolientes. Vivimos en un mar de sangre que no nos impresiona, ni nos conmueve. Nadie se duele de nuestra realidad y nosotros estamos paralizados por el miedo y la impotencia. A todos nos chocó la muerte en el Choco.
La política esta lejos de tener la solución para los problemas que nos aquejan, ante los que somos espectadores impotentes. El pasado de nuestra nación es violento, el presente violentísimo. El futuro no es halagador. Perdimos la conciencia de solidaridad y vivimos amedrentados. La comunidad nacional no se inmuta y la internacional nos ve solo como un problema de narcotráfico. Narcotráfico por cuenta de los narcotraficantes, y narcotráfico por cuenta de los insurgentes. Esa es la lectura que tienen afuera, de nuestra realidad interna. Y con esa miopía generalizada las soluciones son inadecuadas, escasas o desfasadas con nuestra realidad de país en conflicto.
Mientras tanto nos desangramos, en una guerra fratricida que viola todos los principios del Derecho Internacional Humanitario. Las partes en conflicto no han aislado a la sociedad civil del mismo, y es esta, la que pone la gran mayoría de los muertos. Es el negocio de la guerra, en la que los beneficiarios no tienen límite alguno, ni respetan nada. Todo esta justificado en nombre de una supuesta gesta libertaria que nos hace cada día más esclavos. Esclavos del miedo, de la parálisis, del desempleo, del desplazamiento, de la violencia.
Una sociedad que como la nuestra tiene que vivir en el azaroso acaso de la asechanza de los violentos, es una sociedad edificada sobre los endebles cimientos del ¨desenraizamiento¨, que Simone Weil estudio como nadie y que en su pensamiento, son la causa de buena parte de los problemas del mundo. Una sociedad que pierde sus raíces o los debilita por cuenta de sus conflictos internos y de la intolerancia magna en que vivimos, es una sociedad no viable. No podemos pretender encontrar la brújula en el borbotón de la violencia. Hemos ignorado desde nuestro nacimiento como República, los verdaderos males que nos aquejan desde tiempos pasados. Hacemos parte de una historia horrorosa, con muchos protagonistas y pocos espectadores. La historia la hemos dejado construir con el tinte de la sangre que brota de nuestros hermanos, como un raudal de dolor no contenido, ante el que preferimos permanecer mudos y ciegos. Es el dolor de nuestros compatriotas que no nos duele, aunque digamos que nos duele mucho.
El futuro que hemos ido construyendo en este presente sin fin de guerra y odio, es desalentador y sombrío. Nuestra sociedad esta desmoralizada. Nuestra fragilidad es más grande todos los días. ¿Hasta cuando seguiremos inermes y paralizados en espera de un cambio de políticas, cuando lo que necesitamos es desarmar los corazones? ¿Hasta cuando estaremos navegando sin rumbo en manos de políticas y de políticos, a los que les interesa más el bien particular que el general? ¿Cuándo Colombia tendrá un respiro y un momento de tranquilidad que nos permitan hacer un alto en el camino, para repensar la posibilidad de una nación, en donde el derecho a la vida sea respetado por todos, y traspase de ser meramente tutelable a realidad indiscutible?
¿Cuándo el campesino será respetado? ¿Cuándo los colombianos podremos dirimir nuestras diferencia en la mesa de concertación, sin la presión del plomo artero, ni la acechanza de la muerte? ¿Cuándo el miedo dejara de ser el actor principal, en una representación diaria de nuestro drama permanente de violencia e intolerancia? ¿Cuándo comenzaremos a educarnos para la paz y eliminaremos de nuestro inventario mental la educación para la guerra? ¿Cuándo cantaremos un himno que sea real en el cual de verdad, cesen las horribles noches, y finalicen los horribles días, que nos impiden vivir en comunidad y tranquilos? ¿Cuándo extraditaremos la violencia de nuestros corazones? ¿Cuándo sembraremos los rincones de Colombia con solidaridad, tolerancia, fraternidad, alegría, convivencia pacifica y respeto? ¿Cuando desterraremos el terror? ¿Cuando le daremos una oportunidad a la vida y cuando comenzaremos a rechazar la muerte? ¿Cuándo será ese cuando?
Mientras tanto, tenemos que creer en la posibilidad de una Colombia ¨si futuro¨. Una Colombia distópica donde los valores vuelvan a tener cabida. Una sociedad mejor y más justa, apuntalada en la equidad, el respeto a la dignidad y a la vida, como máximo estandarte de lo que puede llamarse libertad. Para eso tenemos que ser constantes en el mantenimiento de la esperanza de una juventud, que lo ha perdido todo por nuestra falta de solidaridad y patriotismo. Debemos remitirnos a nuestro himno nacional, para soñar con decir un día: ceso la horrible noche.
Como decía Vinicius de Moraes: ¨De tanto ver triunfar las nulidades. De tanto ver acrecentar el poder en manos de cobardes y mediocres, el hombre ha comenzado a sentir miedo. Miedo de ser bueno. Miedo de ser simple. Miedo de ser honesto. De tener las manos limpias, la conciencia tranquila y el corazón puro¨.
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