¨La muerte es lo más precioso que le ha sido dado
al hombre. Por esa razón hacer un mal uso de la misma
constituye una impiedad suprema...¨
¨La gravedad y la gracia¨. Simone Weil.
La invitación al linchamiento de los corruptos es inaudita. Escucharla del Primer Mandatario de la Nación, que juró cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes vigentes en Colombia el día de su posesión, produce indignación y enojo,.
Los linchamientos han sido utilizados por los más despiadados gobiernos y por las mas horrorosas dictaduras. Con el linchamiento de seres humanos, se han escrito en letras de sangre las peores historias de masacres cometidas contra la humanidad.
Parece una pequeña tontería, recordar como Caín ¨linchó¨ a su hermano Abel. Lo hizo con la quijada de uno que era menos burro que él, aunque fuera más asno. Con el linchamiento, se sustentaron las más pavorosas cruzadas moralizadoras del mundo civilizado. Linchando a sus semejantes, se escribieron las peores páginas de la historia de la barbarie humana. Las de la antigüedad y las de las épocas modernas.
Los romanos lincharon literalmente, a todos los que se atravesaron en su camino, para levantar su imperio y de paso lincharon a los que no se atravesaron también. Ha sido una constante escrita por el hombre, eso de linchar a sus contrincantes. Es la hegemonía de la fuerza bruta sobre el poder de la razón. El poder linchador del miedo aplastando comarcas enteras, arrasando países a los que se les violaron las fronteras, la cultura, la ideología, las creencias religiosas y también las políticas.
La propuesta de ¨lincharlos¨ que ha hecho el Presidente, es en llano lenguaje la invitación a arrollarlos, a eliminarlos, a sacrificarlos, a destruirlos, a demolerlos, a arruinarlos, a devastarlos, a derribarlos, a arrasarlos, a deshacerlos, a desbaratarlos, a descomponerlos, a aniquilarlos, a exterminarlos, a sacrificarlos, a liquidarlos, a extinguirlos.
Detrás de esa aparente inocente incitación a ¨lincharlos¨, palabra desafortunada que sin sonrojarse pronunció el Presidente Uribe, él invita a sus compatriotas a violar la ley y pasarse la legalidad por la faja. Invitó a batirlos, a destruirlos, a desangrarlos, a perjudicarlos, a dañarlos, a vagabundearlos, a desangrarlos, a ultimarlos.
Como si ¨lincharlos¨ fuese una de las penas que en este supuesto Estados de Derecho están permitidas, para combatir a los corruptos y a su corrupción. ¡Que horror!
Por supuesto queda mal parado el Presidente. Si, mal parado él, que propone esta forma de hacer justicia y hace esa invitación en momentos como los que vivimos en Colombia. Momentos en los que necesitamos un hombre con suficiente claridad mental para apaciguar los ánimos, y con suficiente autoridad moral para suavizar las arremetidas de la violencia, para no permitirnos el lujo estúpido e inmanejable, con el que se deja salir a flote toda la barbarie reprimida, que envenena el alma y produce efectos devastadores en una sociedad ya sometida a excesos insoportables de crueldad. Porque violencia, aunque no lo crea el Presidente y no lo crean sus seguidores, es también hacer un uso inadecuado del lenguaje, para incitar a las mayorías a hacer justicia por si mismas, con sus propias manos y sus muy personales creencias, azuzados con el estímulo, la anuencia y el beneplácito del que nos gobierna. ¿Cómo mas podría llamarse a esta invitación soterrada y mediática a ¨linchar¨ que está proscrita en nuestras leyes?
Recordar frases como: ¨Vamos a bombardear la serranía de la Macarena¨ y ¨Vamos a linchar a los corruptos¨, produce una sensación íntima de desazón y desconcierto que no se pueden disimular fácilmente.
Es como si se tratara de hacernos creer, que con las mismas armas de los violentos, se pueden combatir su insensatez y su locura, y lo peor, suponer que solo cediendo terreno a la tentación de ser tan violentos como ellos, se puede arremeterlos y controlarlos, hasta hacerlos desaparecer de la faz de nuestra patria.
La intención parece a simple vista buena, pero es absolutamente perversa y no esta permitida en nuestro ordenamiento jurídico. Bueno, eso al menos creemos muchos colombianos, con respecto a los derechos humanos y a las reglas y normas que están contempladas en el ordenamiento jurídico, que tenemos establecido en Colombia, como si fuéramos un Estado de Derecho. No podemos seguir el ejemplos de los ¨Rambos¨ justicieros, que en papeles protagónicos de héroes de mala calaña y baja estofa, nos quieren seguir mostrando la violencia y el ¨linchamiento¨ como el ideal libertario, con el que recuperaremos la dignidad perdida.
Pero para los hombres que quieren pasar del Estado de Derecho al estado violento de hecho, eso no importa. ¿Qué diferencia hay entre la violencia de los unos y la violencia de los otros? Es acaso la violencia que se ejerce desde la institucionalidad, menos violenta que la violencia que se ejerce cuando se esta fuera de ella?
Somos muchos los que no lo creemos así. Somos muchos los que pensamos que nos tenemos que diferenciar de los violentos, precisamente en que no es la violencia el arma que creemos, sirva para recuperar la institucionalidad y la legalidad, ni hacer frente a los que están fuera del marco de la ley.
La propuesta del Presidente Uribe no podía ser peor. Produce vergüenza viniendo de quien viene. Esa propuesta lanzada al rompe, esta vez sin los diminutivos zalameros que le son tan afectos, la entendemos mucho menos, cuando sabemos que con lo hecho y dicho, se pisa ese borde peligroso, en que se pasa con facilidad de la constitucionalidad al totalitarismo, pues lo mínimo que espera la gente, es que su gobernante, el que tiene la sartén por el mango y el mango también, funja de demócrata aunque haya dado muestras de no serlo.