jueves, noviembre 06, 2008

A TODO SEÑOR, TODO HONOR.




Para quienes leemos el periódico de casa todos los días, no deja de ser sorprendente la ausencia en las últimas semanas de uno de los mas brillantes articulistas del diario. Hablo de Antonio Mejia Gutiérrez. Si, su ausencia produce sorpresa y añoranza. Esa rara mezcla de melancolía, cuando una vena inagotable, deja de escribir y no puede expresar sus opiniones, lucidas todas, independiente de cuanto o no estemos de acuerdo con ellas
Uno podía estar o no de acuerdo con lo que escribía Antonio, pero no puede dejar de reconocer la lucidez mental con la que escribió durante años. Sus columnas, desde ¨La cueva del Oso¨, eran verdaderos refrescos intelectuales, en medio de tanta basura escrita en los periódicos de Colombia.
Antonio ha estado enfermo y por esos inconvenientes mayores su pluma esta en reposo, esperemos que vuelva a la cotidianidad, para que podamos leerlo y estar de acuerdo con el, o controvertirlo si es del caso. Pero su ausencia es notoria y le hace falta al periódico. Muchas veces he tenido discusiones con Antonio. Las discusiones las hemos tenido a golpe de pluma, no hemos utilizado los golpes bajos y desleales que son hoy tan frecuentes entre periodistas de verdad y columnistas de mentiras.
Nos hemos dado golpes fuertes, golpes de los cuales sin embargo, siempre pudimos levantarnos sin heridas incurables y sin rencores. Esas diferencias en las opiniones que tuvimos muchas veces, no me son obstáculo para reconocer la riqueza de su lenguaje, la excelencia de su prosa, la riqueza de su experiencia académica y de su profunda y basta cultura, arraigada en lo mas profundo de nuestras raices y nuestro medio.
Hablaba como ninguno de los caballos, elevados en su prosa a la condición de nobles corceles que como el Pegaso o los centauros de la mitología, son tratados mas allá de su condición de simples equinos. El les daba vida, tratándolos como sus iguales, eran los cuadrúpedos superiores. No hablaba de los costosos caballos encarecidos entre mafiosos y narcotraficantes, sino como compañeros y amigos fieles del hombre, que le producen muy profundas alegrías y le arrancan todos los elogios. El los ama, los describe con una singular belleza y les da un carácter noble, que le permiten a uno, imaginarlos distinto a lo que son, con un halo de magia salida de la majestuosidad de una pluma privilegiada por una inteligencia superior.
Defensor de los menos favorecidos, enemigo de las injusticias, acérrimo adversario de todo lo que fuera en contra de esta cultura egoísta tan propia a la región que habitamos y de la raza que nos caracteriza aqui y allá, donde quiera que estemos, sin importar cuan importantes o desconocidos seamos.
Antonio deja para la memoria, una basta producción de todas las reflexiones salidas de su manera de ver la cotidianidad, de la indignidad que sentía como propia, cuando expresaba la indolencia con la que actuamos como individuos con nuestros vecinos, con nuestros hermanos, con nuestros amigos, con nuestros conocidos. Se dolía de la injusta con los niños abandonados en la calle, de las trampas esgrimidas con disimulo e hipocresía por los politiqueros y sus lacayos, de los desfavorecidos del régimen, de los olvidados por el establecimiento, de los desposeídos, de los pobres, de los sin voz pero con voto. Se dolía con las arremetidas de los violentos,
Antonio creía en la discusión civilizada como el arma con la cual uno debe enfrentarse a los contrarios para debatir las ideas y hacer evidentes las diferencias de opinión, en una sociedad adormecida, anestesiada, hipnotizada, preocupada siempre por el bien particular por encima del bienestar general.
Porque La Patria en particular y la ciudad en general, pierden a uno de sus mejores articulistas, quiero hacer mías las palabras que un día dijera Rafael Gutiérrez :
SI ACASO ES TIEMPO…
¨Gracias, compañera, por haber
rescatado mi corazón cautivo
en la maldita región de la bruma,
acaso solitario vicio de mirar por el ojo de una caverna,
Gracias por esta ventana abierta al viento,
por esta victoriosa amapola,
por esta palabra ahora cobijada
y ayer apenas flotando, sin tregua y sin mañana,
como un tronco viejo deriva debajo de la esperanza.
Porque ahora este mundo que habito
(acaso también el tuyo y el de todos)
es una pequeña sala
en la que solemos conversar sobre el diario quehacer del sueño,
sobre el siempre necesario bálsamo
del verso y la lluvia y la primavera,
en torno
a esa colectiva pregunta cotidiana que nos ocupa
y a la que damos respuesta día y noche
quizá absueltos o condenados,
dispuestos a ser cada uno, según nuestra propia corona de espumas
o escorpiones, los felizmente jóvenes del porvenir
o, simplemente, incrédulos fantasmas
de que éste exista de veras.
Porque en este prodigio
que en mí has obrado,
oh ingenuidad
nunca parecida y siempre perdurable,
retornan todas las fábulas
de la infancia: que si dios creó al perro
para enamorar con su ladrido a la luna,
que si el viento
para sostener, en vilo, el corazón de la mariposa,
que si la luz
para que brillase, como una punta de alfiler,
en el frutal asomo
de una lágrima tuya, hermosa compañera culpable de tanta tontería.
Antonio, quiero que sepa, donde quiera que se encuentre viajando su conciencia, que nada ha cambiado y que no se ha perdido de nada en especial, en este pais en donde nada nos sorprende y nada nos conmueve. Espero se recupere, pero sobre todo que no sufra.