'Siempre existirá la emoción de la victoria,
la sensación de pisotear a un
enemigo
aplastando el rostro humano...incesantemente.'
(George Orwel, 1984)
No hemos terminado de digerir los acontecimientos de los últimos días cuando ya estamos enfrentados a una realidad tan poco nueva, como bastante repetida y antidemocrática.
El Presidente Uribe no habla del asunto de su eventual segunda reelección. Él actúa como si en efecto ese hecho notorio le fuera desconocido, como si ni siquiera estuviera enterado de que existe. La carrera para reelegir al reelegido comenzó entre los politiqueros más baratos que tiene cercanos, esos que le hablan todos los días, hace muchos días. Parece desconocerlo todo aunque todo lo sepa.
Para hacer el juego en este tingladillo de política desacreditada a la que nos tienen acostumbrados, Luís Guillermo Giraldo, el acrisolado político de Caldas, que hoy preside el partido de la U, dice que es una respuesta al clamor popular, una necesidad para satisfacer los anhelos de ese 80% de encuestados, que mantienen la popularidad del presidente en los más altos niveles registrados en la historia política de Colombia.
Todos juran sin asomo de vergüenzas, que el presidente es ajeno a esa realidad. ¿Por qué será que la farsa de los políticos es siempre una comedia repetida, donde no se cambia una sola de las escenas y la representación cantinflesca es siempre la misma?
En esta nueva arremetida para llegar al inevitable tercer mandato, han hecho de todo. La negaron de mentiras, cuando dijeron que solo una hecatombe cambiará el curso de esa historia. ¿Cuál hecatombe?
Pues la hecatombe que este gobierno de popularidad y populismo sin par, ha logrado crear alrededor de sí mismo, de la pérdida de institucionalidad de los poderes, para justificar todo lo que haga, en defensa de una soberanía, que no es soberana, de una seguridad que sigue siendo muy insegura y de una democracia que raquítica, se desploma y muere sin dolientes que la defiendan de verdad.
Estamos ante la reedición de un mesianismo macrocéfalo, megalómano y sin límite, ese mismo que bordea formas delirantes de poder y que maneja el miedo, como una estrategia sobre la cual se puede edificar toda la pérdida de la institucionalidad de un país, sin que las ideas puedan ser confrontadas o debatidas.
Esto es todo lo contrario de una democracia. Esto es lo más parecido a la versión refinada del vecino que tanto criticamos. Esto es lo más parecido a una dictadura civil, que hipócrita posa de demócrata sin serlo.
Un país que no tiene oposición o que tiene como política debilitarla; un país en el que la oposición es manejada como manifestación de terrorismo, contrariando la verdad y poniendo en riesgo la vida de los que opinan en contrario; un país que fue dividido entre buenos y malos, entre blancos y negros, ricos y pobres, es un país polarizado. Perdimos los matices de grises que hacen la diferencia en las democracias de verdad, pero lo peor, perdimos la posibilidad de que la oposición sea una fuerza que controle las políticas del gobierno, las acompañe cuando acertadas o las derrumbe cuando equivocadas. Esta división que se convirtió en dogma, estigmatizadora y atrevida, no admite la discusión general sobre los contrarios. Estamos ante la tiranía de una democracia que no somete al debate los más grandes asuntos que nos tocan en el día a día.
En muchos países desarrollados del mundo la oposición es el fundamento de la democracia y cuando un proyecto de ley no pasa en el parlamento, se cita a nuevas elecciones, porque es una manifestación del desacuerdo de las mayorías. Esa distopia es imposible pensarla en una república, que en política es todavía bananera y continúa con nostalgia de grilletes y añoranza de cadenas.
Parafraseando a Piero podemos decir con él: “… Pasan corriendo los guerrilleros, porque los persiguen los militares. Pasan corriendo los militares, porque los persiguen los insurgentes. Los paras no corren, los narcotraficantes tampoco, porque se volvieron paras y no los persiguen. Pasan corriendo 4 millones de desplazados a quienes persiguen los guerrilleros, narcotraficantes y delincuentes, los terratenientes, paras y militares, …”
Hace 4 años, cuando para su reelección cambiaron un “articulito”, ya habíamos advertido esta mentalidad reeleccionista, que no parece otra cosa que una disfrazada dictadura civil.
“… ¡Ay! de Colombia, si detrás de la barbarie que hemos vivido, nos ilusionamos con la idea de solución en un hombre de mano y corazón duros. ¡Ay! de Colombia, si a los apátridas que diciendo defender la libertad de un pueblo, lo amilanan, empobrecen, matan y esclavizan, con escasos planteamientos ideológicos y exceso de talante guerrerista. ¡Ay! de Colombia, si detrás del telón donde actúan los políticos que a diario desfalcan el país y le mienten al pueblo, se levanta como estandarte de la libertad, un hombre que cree píamente que la violencia se combate con violencia. ¡Ay! de Colombia si seguimos haciendo políticas que solo benefician a las minorías poderosas, ¡Ay de Colombia si se permite que los políticos hagan y deshagan a su antojo las leyes que en provecho propio aprueban! ¡Ay! de Colombia, si la clase empresarial, patrocina y financia el Estado dictatorial que en realidad pasaría a regirnos, para buscar su bien particular y alejarse todos los días más del bien común que nunca les ha sido afecto. ¡Ay! de Colombia, si los ciudadanos que conforman las verdaderas mayorías se dejan enceguecer por los resplandores de una paz que se construye sobre los falsos pilares de la guerra fratricida que inconcientes patrocinamos a diario y en la que se invierte tan grande suma de sumas.
¡Ay! de Colombia, si los académicos se acobardan, si los intelectuales se callan, si los trabajadores se amilanan, si los estudiantes se esconden, si los ciudadanos se pasman, si la prensa no contradice, si los sindicatos se esconden, si la oposición se acobarda!”