lunes, noviembre 12, 2007

LOS PADRES CALLADOS

Hablamos ya de los hijos del silencio, y estos son evidentemente la prole de los padres callados.
Un padre callado es aquel que se encierra en el mutismo. El que no habla, no dice algo, permanece inmóvil frente a la necesidad de respuestas que le piden sus hijos. El que siempre, estando ocupado o haciendo nada, se apocopa en su falta de determinación y no tiene palabras para preguntar o contestar, para cuestionar o responder, para guiar o dirigir, para impulsar o frenar, para estimular o reprender.
Su papel en la educación de sus hijos es simplemente el de asistir como testigo mudo a todo cuanto pase, sin tener palabras que sirvan para cumplir con el menester mayor de un padre, que no es otro que aquel en que se ve el tutor y educador, el guía y faro, el limite y la condición.
En fin, el que por no participar en el dialogo necesario en la vida diaria entre padres e hijos, los hace carecer por su falta de palabras o afasia, de un principio de realidad; los hace carecer por permanecer callado, de un claro panorama que les sirva como sólido cimiento, sobre el cual puedan levantar sus hijos los cimientos en los cuales apuntalarán los andamios de una sólida personalidad bien estructurada, que sea resistente a los azarosos vientos, en ocasiones huracanados de la vida.
Marcel Marceu ha sido reconocido como la máxima expresión del mimo, ha sido el Charles Chaplin del silencio; y todo mimo es por antonomasia callado. Hace mímica, imita, contornea el cuerpo imitando, usa la simbología de los gestos y permanece callado, es un monologo de silencio. Pero la función del mimo y el objetivo de su representación histriónica y artística, es exactamente la de mostrar lo que se puede decir con el lenguaje ecuménico de las manos, la fuerza de la mueca, la penetrante influencia del movimiento en un medio, en el que muchos hablan y pocos escuchan.
En contraposición al monólogo cargado de fuerza expresiva del mimo en su imitación, esta la vacía, insustentable e insoportable superficialidad de la estatua. Los padres callados se comportan como estatuas, porque carecen de la posibilidad del gesto. Se comportan como seres inanimados que no tienen expresión corporal y que carecen del recurso de la mímica o de la mueca. Su incapacidad para dejar salir al exterior lo que piensan, se acicala con su incapacidad de expresar con movimientos, lo que sienten. Pero no es que no sientan, es que se comportan como sino sintieran. Y cuando no se deja salir al exterior ni lo que se siente, ni lo que se piensa, frente al auditorio de los hijos que hacen de observadores en la tragicomedia de la vida, se engendra una generación que carece por herencia de la posibilidad de la expresión.
Son jóvenes desesperados que refugian su silenciosa vida, en el bullicio ensordecedor de la multitud, donde no se encuentran manos amigas, ni caras familiares que conviden sin interés a caminar en el espinoso trance de la travesía de la vida. Allí se abona la desesperanza con todos sus aliados: la depresión, la angustia, la soledad, el desapego, la desesperación. Y entonces, aparecen como por arte de magia los cataplasmas que producen anestesia del dolor interno, del joven que no habla porque tiene como experiencia vital: el no haber oído nada y saber que no lo escuchan. Frente a si mismo se presenta una cortina de humo que no lo deja ver nada. ¿Pero que es la nada?. La nada viene de la nada, y como la nada es nada, la nada es algo. Comienzan a actuar los mecanismos del sistema nervioso primitivo, que llevan a defenderse en un mundo sin sonidos. Y el joven busca salida a su desesperanza en el alcohol, la droga, la homosexualidad o la violencia. Esto, cuando no se comienza a recorrer el camino del desorden interior que lleva a la locura
El futuro de hijos que vivos, se levantan a la sombra de padres que estando vivos se comportan como muertos, es apocalíptico. Su derrumbe interior lo notan todos en el exterior, porque como bien dijera Hutchinson la gente aprende a: ¨… ver con el corazón las cosas que son invisibles a los ojos…¨.
Los padres callados entregan a sus hijos el mejor abono, para que en ellos crezca la maleza. Permanecer callado como padre, es comportarse como maletero de una desgracia anunciada pero ignorada, por el que pagan los hijos un altísimo precio, víctimas inocentes en un mundo de mudos afectivos.
Los hijos necesitan escuchar las palabras de sus padres, ver la expresión en el rostro de los mismos. Porque los hijos guardan en el cerebro una especie de caja de Pandora en el cual mantienen el duendecillo de la esperanza, siempre dispuesto a salir cuando escuche la voz amiga de un progenitor que asume su papel y tiene su prole como su bien mayor y su responsabilidad mas grande.

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