Hace un año Orlando escribió su última columna. Nadie imaginaba siquiera que ese día, una bala asesina, de las que se compran con el más sucio de los dineros, el de los que mandan matar por encargo, le fuera disparado a quemarropa, le cegaran la vida por ello y de paso dejaran marcada para siempre a su hija. Como bien dijera el maestro Leo de Uris, fueron dos pequeños orificios por donde salieron serpentinos sus sesos. El hombre cayo pero su imagen se levanto a alturas impensables y se convirtió en ídolo. Y se levantó sobre los cimiento de lo que había sido su vida.
Hoy se confunden su vida y su valor. Se ha distorsionado mucho su propio valor. Lo presentan e idolatran como alguien que tenía valor por lo que pensaba y escribía. La realidad es otra. Escribía y pensaba como resultado de lo que tenía de hombre valioso. Pero el valor no era el producto de su actitud frentera, de su honestidad sin mácula, de su pulcritud personal. No. Estas eran producto de su personalidad inmaculada y limpia.
Sigo pensando que muchos aún confunden a Orlando. Para muchos el era el resultado de lo que escribía, y eso no es cierto. Orlando escribía como resultado de lo que el era; como que primero fue y después aprendió a escribir.
Por eso yo quiero recordar a Orlando, a mi amigo, al ser humano, por lo que tenía como bases en las cuales cimentaba su independencia y su capacidad de analizar, escribir, recitar, escudriñar, señalar, increpar, acusar, ayudar, levantar. El tenía tantos matices como inflexiones tiene la voz y manejaba el lenguaje ecuménico de las manos como nadie. Porque tenía bases sólidas de ser humano bueno, podía ser valiente, claro, diáfano, directo y honesto.
Se han escrito muchas cosas sobre Orlando. Pero no sobre Orlando el ser humano. Se ha escrito sobre el periodista y el poeta, sobre el columnista y su columna. Por eso yo quiero referirme a un hombre que fue hermano, forjado como las espadas toledanas, a fuego lento y a golpe de yunque. Fue en ese proceso donde adquirió el temple, lo demás es consecuencia simple de su vida cristalina.
Por eso yo quiero decirle, que hoy no encuentro el punto de su punto de encuentro, pero puedo traer a mi memoria todo el cúmulo de los recuerdos que dejó, de los ejemplos que dio, de las semillas que dejó sembradas. Que espero que la investigación de su muerte traspase la barrera de un sicario confeso y de luces de lo que no es claro. ¿Por qué mataron a Orlando, si era tan bueno? Eso solo lo saben los verdaderos asesinos. Los que tejieron con frialdad su muerte. ¿Sí sería por lo que el escribía? Todos lo creen. Yo lo dudo. Esperemos que la justicia en la que tanto él como yo hemos creído, dilucide el enigma.
Que profunda y dolida va la vida, cuando murió de los hombres el mejor,
ella parecía querer y estar ávida, de aquel que se fue y dejo dolor.
Pero la vida no se enluta con la muerte, pues una muerte, en sí, es la vida.
Vida y muerte regidas por la suerte, suerte que anuncia a cada uno su partida.
Si el ya se fue no habiendo muerto, perdure su recuerdo en lo infinito.
Si no se ha ido aunque haya muerto, lo seguiremos amando como a un vivo.
Que profunda y dolida va la vida, cuando ha muerto de los hombres el mejor.
Ella parece querer y estar ávida de aquellos que se van y dejan dolor.
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