Cuando todo el poder que tiene un vecino, es crudo,
la diplomacia entre pueblos hermanos no existe
y las relaciones comienzan a manejarse con correa.
la diplomacia entre pueblos hermanos no existe
y las relaciones comienzan a manejarse con correa.
La situación en nuestro país no podía complicarse más. Como si no fuera suficiente, con los problemas que tenemos internamente con esta guerra fratricida que vivimos, los vecinos se unen para hacer alianzas, que violando la soberanía, en nada respetan los verdaderos límites de las repúblicas.
La guerrilla colombiana, que alguna vez tuvo ideales revolucionarios, los perdió por completo y se convirtió en un cartel más. El cartel de las FARC. Es como juntar en un solo grupo todas las purulencias de los paramilitares, que nunca tuvieron ideología, con todas las amoralidades de los narcotraficantes.
De esa combinación explosiva se obtiene como resultado una agrupación que se ampara en el terror para agigantar su poder económico y en el narcotráfico para mantenerse viva. Su olor a naftalina quiere resistirse al cambio que opera en el mundo entero, cuando cree poder vender la idea de que las reivindicaciones sociales se pueden conseguir aniquilando y empobreciendo el pueblo por el cual supuestamente luchan.
Nadie en el mundo ha hecho más daño a un solo país. Nadie ha producido más contaminación. La barbarie de que hacen gala es la expresión mas refinada de una guerra sin sentido que ha llegado a niveles insospechados de degradación.
Mientras tanto los campesinos y los ciudadanos, son los que sufren las consecuencias de una guerra fratricida en la que no hay respeto a normas de derecho internacional, en la que el escudo de defensa esta construido con los cuerpos debilitados de los secuestrados, que son sometidos con frialdad sin limite, a la tortura psicológica y al debilitamiento físico, solo comparables a las que un día reventaron el mundo cuando se descubrieron los campos de concentración de los nazis. Estos son otros campos de concentración, tan inhumanos como los primeros, y tan aterradores como ellos. Tienen el agravante de estar localizados en el trópico, donde en medio de una selva virgen, que han osado violar estos insurgentes degenerados y delincuentes, se pudren en el olvido más de 700 compatriotas.
Que Colombia, Venezuela, Ecuador y todos los países que nos rodean hayan sido el escenario de la construcción de sociedades absolutamente desiguales e injustas, no justifica la existencia de estos grupos de revolucionarios de mentiras que producen tragedias nacionales de verdad.
Que sepamos que nuestras naciones son cuna de diferencias tan marcadas como injustas, no sirve como argumento para defender una revolución que no beneficia al pueblo, y que le arrebata a diario sus raíces, su cultura, su asentamiento y lo convierte en una población de desplazados que van errabundos por Colombia sin un lugar en el cual puedan conciliar el sueño o ganarse el pan, o educar su familia.
Que Colombia necesite cambios profundos, que erradiquen esa pobreza extrema de nuestros conciudadanos y que eliminen esas diferencias abismales entre los pocos que lo tienen todo y los muchos que no tienen nada, no sirve tampoco para justificar esta guerra fratricida que comienza por eliminar con violencia o desplazar a la fuerza a los más pobres.
Que Colombia sea un paraíso de desigualdades, donde minorías con privilegios auto adjudicados y arrebatados a mayorías indefensas, no justifica el sacrificio inane de los más débiles y los más pobres para justificar una revolución que carece de brújula y entierra en la jungla todos los ideales libertarios que un día nos dejaron como legado nuestros libertadores.
Que Colombia tenga una de las más complejas y refinadas estructuras de corrupción del mundo, no puede justificar el sacrificio de los más pobres y los más indefensos para argumentar una revolución que no ha producido sino subdesarrollo, injusticia, sangre, dolor, muerte y pobreza.
Que muchos no estemos de acuerdo con las políticas de este gobierno, ni creamos en las bondades supuestas de una seguridad que es muy insegura, ni en las de una democracia que es cada vez mas raquítica y endeble, no justifica la intromisión en nuestro país de actores que venidos de otras operetas tropicales, entran en al reparto sin haber sido llamados, para terminar de agravar nuestros problemas, alimentar y patrocinar la guerra fratricida que se escribe a diario.
Esta farsa infame, escrita cotidianamente con manchas de sangre, que como tinta indeleble, ha sido impunemente derramada por nuestros compatriotas, en esta historia de guerra sin fin y de paz sin principio.
Este drama que ha sido para millones de colombianos una tragedia, no puede ser defendido por nuestros vecinos como una comedia donde ellos no sufren las consecuencias, solo para avivar en la región una mecha incendiaria que solo dejara devastación, injusticia y más pobreza.
Que esta situación de desigualdad que ha hecho de Colombia una nación de feudos en pleno siglo XXI, no puede servir para justificar una violencia sin limite que conduce a ninguna parte. Que esta situación que vivimos no sea la causa sino la consecuencia de nuestras profundas desigualdades, no sirve tampoco de disculpa para justificar la violencia o el terrorismo.
Necesitábamos vecinos que como bomberos nos ayudaran en el proceso de extinción del fuego y no entrometidos incendiarios que se aprovechan para su propio beneficio de las debilidades de nuestro ya precario Estado de Derecho.
Por eso, de las ideas de Bolívar, en mala hora convertidas en un ordinario y delirante sainete por Chávez y secundadas con estulticia sin par por un hombre que tiene mas correa que pantalones, yo me quito…
La guerrilla colombiana, que alguna vez tuvo ideales revolucionarios, los perdió por completo y se convirtió en un cartel más. El cartel de las FARC. Es como juntar en un solo grupo todas las purulencias de los paramilitares, que nunca tuvieron ideología, con todas las amoralidades de los narcotraficantes.
De esa combinación explosiva se obtiene como resultado una agrupación que se ampara en el terror para agigantar su poder económico y en el narcotráfico para mantenerse viva. Su olor a naftalina quiere resistirse al cambio que opera en el mundo entero, cuando cree poder vender la idea de que las reivindicaciones sociales se pueden conseguir aniquilando y empobreciendo el pueblo por el cual supuestamente luchan.
Nadie en el mundo ha hecho más daño a un solo país. Nadie ha producido más contaminación. La barbarie de que hacen gala es la expresión mas refinada de una guerra sin sentido que ha llegado a niveles insospechados de degradación.
Mientras tanto los campesinos y los ciudadanos, son los que sufren las consecuencias de una guerra fratricida en la que no hay respeto a normas de derecho internacional, en la que el escudo de defensa esta construido con los cuerpos debilitados de los secuestrados, que son sometidos con frialdad sin limite, a la tortura psicológica y al debilitamiento físico, solo comparables a las que un día reventaron el mundo cuando se descubrieron los campos de concentración de los nazis. Estos son otros campos de concentración, tan inhumanos como los primeros, y tan aterradores como ellos. Tienen el agravante de estar localizados en el trópico, donde en medio de una selva virgen, que han osado violar estos insurgentes degenerados y delincuentes, se pudren en el olvido más de 700 compatriotas.
Que Colombia, Venezuela, Ecuador y todos los países que nos rodean hayan sido el escenario de la construcción de sociedades absolutamente desiguales e injustas, no justifica la existencia de estos grupos de revolucionarios de mentiras que producen tragedias nacionales de verdad.
Que sepamos que nuestras naciones son cuna de diferencias tan marcadas como injustas, no sirve como argumento para defender una revolución que no beneficia al pueblo, y que le arrebata a diario sus raíces, su cultura, su asentamiento y lo convierte en una población de desplazados que van errabundos por Colombia sin un lugar en el cual puedan conciliar el sueño o ganarse el pan, o educar su familia.
Que Colombia necesite cambios profundos, que erradiquen esa pobreza extrema de nuestros conciudadanos y que eliminen esas diferencias abismales entre los pocos que lo tienen todo y los muchos que no tienen nada, no sirve tampoco para justificar esta guerra fratricida que comienza por eliminar con violencia o desplazar a la fuerza a los más pobres.
Que Colombia sea un paraíso de desigualdades, donde minorías con privilegios auto adjudicados y arrebatados a mayorías indefensas, no justifica el sacrificio inane de los más débiles y los más pobres para justificar una revolución que carece de brújula y entierra en la jungla todos los ideales libertarios que un día nos dejaron como legado nuestros libertadores.
Que Colombia tenga una de las más complejas y refinadas estructuras de corrupción del mundo, no puede justificar el sacrificio de los más pobres y los más indefensos para argumentar una revolución que no ha producido sino subdesarrollo, injusticia, sangre, dolor, muerte y pobreza.
Que muchos no estemos de acuerdo con las políticas de este gobierno, ni creamos en las bondades supuestas de una seguridad que es muy insegura, ni en las de una democracia que es cada vez mas raquítica y endeble, no justifica la intromisión en nuestro país de actores que venidos de otras operetas tropicales, entran en al reparto sin haber sido llamados, para terminar de agravar nuestros problemas, alimentar y patrocinar la guerra fratricida que se escribe a diario.
Esta farsa infame, escrita cotidianamente con manchas de sangre, que como tinta indeleble, ha sido impunemente derramada por nuestros compatriotas, en esta historia de guerra sin fin y de paz sin principio.
Este drama que ha sido para millones de colombianos una tragedia, no puede ser defendido por nuestros vecinos como una comedia donde ellos no sufren las consecuencias, solo para avivar en la región una mecha incendiaria que solo dejara devastación, injusticia y más pobreza.
Que esta situación de desigualdad que ha hecho de Colombia una nación de feudos en pleno siglo XXI, no puede servir para justificar una violencia sin limite que conduce a ninguna parte. Que esta situación que vivimos no sea la causa sino la consecuencia de nuestras profundas desigualdades, no sirve tampoco de disculpa para justificar la violencia o el terrorismo.
Necesitábamos vecinos que como bomberos nos ayudaran en el proceso de extinción del fuego y no entrometidos incendiarios que se aprovechan para su propio beneficio de las debilidades de nuestro ya precario Estado de Derecho.
Por eso, de las ideas de Bolívar, en mala hora convertidas en un ordinario y delirante sainete por Chávez y secundadas con estulticia sin par por un hombre que tiene mas correa que pantalones, yo me quito…
1 comentario:
perdoname!
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